SENTIDO EN COMUN
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14 de enero de 2013
24 de octubre de 2012
Comisarios Políticos
Por Luis R. Oro Tapia
Tres motivos me impulsan a escribir esta nota. El carácter soez de las apostillas que realizaron dos ciudadanos en la sección Cartas al Director del diario electrónico Ovalle Hoy en los últimos días de febrero, la lectura de la inspiradora pieza narrativa de Jorge Luis Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y la inminente apertura de la temporada de caza.
La
escribo con el único propósito de poner de manifiesto, con humor y con
sorna, el evidente ánimo de censura inquisitorial que traslucen los
comisaros políticos (esos militantes oficiosos, obsecuentes y ramplones)
que acechan a la prensa. Ellos
existen en casi todas las ciudades y operan en diferentes niveles. Sus
armas son la coerción, el temor insidioso y la intimidación. Sus
víctimas potenciales: los electores vulnerables y la libertad de
expresión.
Los
comisarios políticos detestan a los irónicos, a los escépticos de la
verdad oficial que proclama el partido, a los díscolos y a los leones
sordos. En fin, desprecian a todos aquellos ciudadanos que son inmunes a
sus artimañas o que no necesitan de sus contactos ni de su vianda. Los comisarios políticos quizás no sepan que la Enciclopedia de Tlön
(probablemente si lo hubiesen sabido ya la habrían censurado), en su
última edición, trae un extenso artículo dedicado al término Elector.
Para los autores de la Enciclopedia de Tlön
la política es parte del arte venatorio. Por eso, el artículo analiza a
la presa (el elector), al perro de caza (el comisario político), al
coto de caza (el proceso electoral) y al cazador (el candidato). El
artículo comienza definiendo al elector de la siguiente manera:
“Condición del ciudadano que tiene el mítico deber cívico (obligación
atemperada últimamente con la inscripción automática y el voto
voluntario) de votar por un candidato que, previamente, ha sido elegido
por la camarilla de un partido político”.
Más
adelante el artículo precisa que: “El candidato carece de candidez y
suele ser, generalmente, un embaucador profesional que posee atributos
morales de apariencia intachable. También posee motivaciones ocultas
inconfesables y, cosa extraña, una vez elegido no cultiva vínculo alguno
con el elector”. Después
el artículo abunda en consideraciones sobre las estrategias de las
campañas electorales y cita profusamente el opúsculo de Jonathan Swift “El arte de la mentira política”.
El artículo concluye con una paradójica afirmación que a muchos les
recuerda la teoría de la mentira noble de Platón, a otros un versículo
de San Lucas (8:10), a otros a la afamada secta de los Iluminatis,
a otros a Lenin. La afirmación en cuestión es pasmosamente clara y
simple. Dice así: “La más alta obligación moral del elector es
refrendar, mediante el sufragio, lo que los dirigentes de los partidos
políticos han decidido sabia y desinteresadamente”.
5 de julio de 2012
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