24 de octubre de 2012

The Dead Weather - Concert Prive.


Comisarios Políticos


Por Luis R. Oro Tapia
          
Tres motivos me impulsan a escribir esta nota. El carácter soez de las apostillas que realizaron dos ciudadanos en la sección Cartas al Director del diario electrónico Ovalle Hoy en los últimos días de febrero, la lectura de la inspiradora pieza narrativa de Jorge Luis Borges “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” y la inminente apertura de la temporada de caza.

La escribo con el único propósito de poner de manifiesto, con humor y con sorna, el evidente ánimo de censura inquisitorial que traslucen los comisaros políticos (esos militantes oficiosos, obsecuentes y ramplones) que acechan a la prensa. Ellos existen en casi todas las ciudades y operan en diferentes niveles. Sus armas son la coerción, el temor insidioso y la intimidación. Sus víctimas potenciales: los electores vulnerables y la libertad de expresión.

Los comisarios políticos detestan a los irónicos, a los escépticos de la verdad oficial que proclama el partido, a los díscolos y a los leones sordos. En fin, desprecian a todos aquellos ciudadanos que son inmunes a sus artimañas o que no necesitan de sus contactos ni de su vianda. Los comisarios políticos quizás no sepan que la Enciclopedia de Tlön (probablemente si lo hubiesen sabido ya la habrían censurado), en su última edición, trae un extenso artículo dedicado al término Elector.

Para los autores de la Enciclopedia de Tlön la política es parte del arte venatorio. Por eso, el artículo analiza a la presa (el elector), al perro de caza (el comisario político), al coto de caza (el proceso electoral) y al cazador (el candidato). El artículo comienza definiendo al elector de la siguiente manera: “Condición del ciudadano que tiene el mítico deber cívico (obligación atemperada últimamente con la inscripción automática y el voto voluntario) de votar por un candidato que, previamente, ha sido elegido por la camarilla de un partido político”.

Más adelante el artículo precisa que: “El candidato carece de candidez y suele ser, generalmente, un embaucador profesional que posee atributos morales de apariencia intachable. También posee motivaciones ocultas inconfesables y, cosa extraña, una vez elegido no cultiva vínculo alguno con el elector”. Después el artículo abunda en consideraciones sobre las estrategias de las campañas electorales y cita profusamente el opúsculo de Jonathan Swift “El arte de la mentira política”. El artículo concluye con una paradójica afirmación que a muchos les recuerda la teoría de la mentira noble de Platón, a otros un versículo de San Lucas (8:10), a otros a la afamada secta de los Iluminatis, a otros a Lenin. La afirmación en cuestión es pasmosamente clara y simple. Dice así: “La más alta obligación moral del elector es refrendar, mediante el sufragio, lo que los dirigentes de los partidos políticos han decidido sabia y desinteresadamente”.

En Tlön, en efecto, la teoría democrática es cóncava, por lo tanto, las cosas se ven al revés. Por eso, los comisarios políticos de Tlön han declarado como herética la tesis que afirma que la democracia es el gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo.