por Enrique Morales Mery
Siempre me ha llamado la atención la fe ciega del liberalismo contemporáneo respecto del uso de la razón. Ello por dos motivos, el primero en tanto centra su fe en la capacidad de cognición del ser humano y segundo sostiene una concepción de razón practica, desatendiendo la amplitud de lo no cognitivo, también propio de la conducta humana. Al hacer esto disocia al ser humano de un sinfín de motivaciones que emanan de consideraciones psicológicas y que se conectan con lo afectivo, las emociones y el trasfondo de sentido que existe tras el lenguaje no verbal o las expresiones irracionales de una pena, un fracaso, cualesquiera de los dolores profundos que también forman e informan la experiencia humana. Acaso el proceso cognitivo, la acumulación de razones, el puente tendido hacia lo razonable, no se forja desde, con y hacia emociones, afecciones varias, identificaciones, símbolos, expresiones artísticas, sensaciones o múltiples variaciones en conjunción con lo anterior?.
El cerrar el análisis de la deliberación en este restringido sentido de razón, dificulta de manera suma el entender el paso hacia lo razonable, es esto ultimo algo construido en un laboratorio?; lo digo porque la realidad es mas compleja e incluye identidades marginadas, culturas dominadas y dominantes, modos de expresión y comunicación mas favorecidos que otros, concepciones estéticas, racismos y clasismos varios, todo ello escondido o hecho visible antojadizamente para trazar el puente desde lo racional hacia lo razonable. Justamente en ese transito, no neutro ni objetivo, y por desconsideración de la complejidad de la razón practica, el liberalismo contemporáneo posee un acercamiento pobre frente a la realidad. Siguiendo a Sharon Krause en su obra Civil Passions, la idea de trascender los sentimientos mediante la razón, impersonaliza el proceso e introduce a la razón, por encima de las “razones” que por lo demás reúnen a razones y emociones, con tal presión desde lo externo de nuestra propia experiencia que es incapaz de entender lo que nos importa. No es lo que, a sola consideración de la razón y el liberalismo procedimental, debiera importarnos, ni a lo que debiéramos todos tender a cuidar o preservar. Si así fuese la razón se apartaría de la experiencia, de lo que sentimos, de lo que nos afecta, de lo que realmente nos importa. La base normativa del argumento no se puede sustraer de lo afectivo, emocional y todas aquellas validas consideraciones psicológicas.
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