11 de noviembre de 2011

La Pasión del Poder.

por Luis R. Oro Tapia

La política es, en última instancia, una lucha por el poder. De ello da cuenta el libro de José Antonio Marina titulado "La pasión del poder" (Editorial Anagrama, Barcelona, 2010, 232 paginas). En él, su autor se propone develar las retóricas que el poder emplea para ocultar su naturaleza. Debido a que Martina alcanza su meta, son paginas exasperantes y políticamente incorrectas. Por eso, tienen algo de hiriente, especialmente para quienes tienen creencias cándidas sobre el quehacer político.

Tales páginas leídas desde el tercer mundo, cuya praxis política es tan proclive al caudillismo y al utopismo, contribuyen a desnudar la índole de las relaciones de poder en la región. Éstas tienen una extraña peculiaridad: son ingenuas y horrorosas, a la vez. Por cierto, no son pocos los políticos latinoamericanos que creen que gobernar es convertir una ilusión personal en un sueño colectivo. La mayoría de ellos suponen que es función del Estado facilitarles las condiciones para que puedan realizar sus ideales. Por eso, quienes dicen tener vocación de servicio público ingresan a la política con la expectativa de construir un mundo en el que reinará la concordia, la justicia y la igualdad.

La política, para los ilusos, es la instancia para realizar los sueños. Pero su idealismo les impide comprender que no todos sueñan con el mismo ideal. Su propensión al utopismo les impide, además, advertir el carácter trágico que conlleva toda acción política. Puesto que si bien la política brinda un espacio para materializar los sueños, también cabe la posibilidad que en ese mismo espacio colisionen los diferentes sueños. ¡Qué paradoja! El sueño de la justicia deviene en discordia. Así, la política que se afana en concretar los ideales conduce a confrontaciones radicales.

¿Por qué el discurso de los ideales es tan pegajoso en América Latina? Porque el ciudadano corriente elude mirar de frente, cara a cara, el rostro real de la política. De hecho, recubre su rostro con idealizaciones y visillos románticos que le impiden ver que tras las palabras nobles se ocultan los intereses. Por eso, es comprensible que no soporte al iconoclasta que resquebraja sus ilusiones y le insinúa que tras los ideales se ocultan los intereses y que, además, le demuestra que las palabras que más ama implican ciertas ficciones.

Vista así las cosas, el libro de José Antonio Marina es muy bienvenido en estas latitudes, porque enseña a los ciudadanos a conjurar los sortilegios del poder.


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