No resulta fácil definir e identificar en la practica un concepto tan resbaladizo como la felicidad. Si nos remontamos a Grecia hay dos ideas interesantes y que pueden permitirnos una nueva lectura critica de la realidad contemporánea. Platón al inicio de su obra La República plantea una visión de la felicidad en perspectiva, no dominada por el pasado o por efímeras sensaciones del tiempo presente. Hay en la felicidad un componente de experiencia, de recoger y dar sentido a esa experiencia; asimismo el mirarla en perspectiva, sitúa a la felicidad como un referente para evaluar la vida y entenderla como proceso. En la vida política, y he aquí la segunda idea notable que emana de los griegos, juega un rol central la felicidad entendida como plenitud de ser, eudaimonia (εὐδαιμονία). Aristóteles la entendió en consonancia con la virtud de la razón, esto gobernando la conciencia y el obrar mediante la phronesis, prudencia pensada y aplicada. Esta felicidad griega no disocia la vida pública de la privada y sus metas se hacen mas virtuosas en cuanto redundan en el bien de los muchos, de la comunidad. El acopio de experiencia va de la mano con una ciudadanía participativa y distante de los idiotes, aquellos alejados del interés por lo público, hombres con aspiración de Dios, ermitaño o demiurgo; para estos hombres no esta reservada la plenitud de ser, porque un ser que se esconde de los otros, que se eleva sobre los otros o que busca el mal de los otros, labra su propia derrota, su propia infelicidad. Ese riesgo al diseminarlo gatilla el mal común.
Toda comunidad, toda sociedad, es plenitud de ser colectivo, resumen por extensión y acumulación de una vida privada-pública coherente y funcional al bien de cada cual en pos del bien de todos.
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