por Diego Córdova.
No hay que ser demasiado experto para darse cuenta que la política chilena sufre una profunda crisis de representatividad. Los números de las últimas encuestas han demostrado que los bloques políticos tradicionales representan a menos del 50% de la población. Esto es más grave que los problemas de desafección partidaria que existen a nivel global, puesto que significa que el gobierno, e incluso la oposición parlamentaria, no tienen un poder legitimado en la sociedad.
Lo contradictorio es que las lógicas electorales nos obligan a ser gobernados por períodos predefinidos por políticos que al corto plazo pueden parecernos ajenos o inadmisibles. El problema son los mecanismos de democracia existentes. La democracia representativa pierde cada vez mayor legitimidad. Ésta nació con la modernidad, y fue una solución funcional al individualismo moderno y al crecimiento de la polis. Esto obligó a buscar mecanismos para poder llevar a cabo una democracia mas participativa, dado el bajo interés de la ciudadanía en los asuntos públicos y el “boom demográfico” que hacía imposible las prácticas asambleístas.
Sin embargo, hoy con la proliferación de las redes comunicacionales y la interconexión a nivel mundial, aquél momento que parecía la consagración del individualismo, no obstante fue el resurgimiento de un espacio público modificado. El espacio público medial. Éste fue un profundo cambio en el orden simbólico y en el entorno político de los ciudadanos individualistas. Estos últimos comenzaron a debatir en nuevos espacios de encuentro, en donde se dieron cuenta que ya no estaban solos. El espacio público llegó a sus hogares, lugar que otrora había sido la vía de escape de la vida política.
De este modo, la representación política, como estaba planteada, comienza a perder sentido. Las personas se sienten activas y capacitadas para participar en política. Se reúnen y comparten ideas afines. Generan movimientos sociales, protestan y crean demandas desde las mismas bases de la sociedad. Comienza así una dinámica mucho más horizontal que reclama una participación política más activa y permanente. Los partidos tradicionales están extraviados en este sentido, porque funcionan con discursos y lógicas distintas a las de la ciudadanía en sentido amplio.
Esta transformación difícilmente tenga vuelta atrás, ya que el cambio ocurre a nivel de las conciencias colectivas. Esto, porque el espacio público ha cambiado. Difícilmente se solucionará con cambios de gabinete; esto dado que el problema es estructural.
En definitiva, lo fundamental es volver a ahondar en el significado real de la democracia, la que debe volver al pueblo, él cual debe retomar un rol público activo, de responsabilidad por lo político, sin la necesidad de ser empujado u obligado a ejercer el voto. Esto nos desafía a entender que la democracia no es sólo un fenómeno electoral, sino que se vive y se practica a diario, y que si no se fortalece en ese sentido, difícilmente podrán mejorar los niveles de participación, representación (bajo esta nueva óptica) y por ende su legitimidad.
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