Chile esta viviendo una gran oportunidad en orden a visualizar y poner en practica un entendimiento integral de la política y el proceso político como tal. El problema ocurre cuando esa oportunidad choca con una cultura política adversa, anclada en una lógica de cauce formal, de discurso racionalista, cotejada en entornos esperados y deseados y peor todavía determinada por ideologías, doctrinas y principios que actúan desde el exterior de los acontecimientos; todo ello gobernando negativamente a la experiencia, dejándola sin expresión frente a las creencias. La consecuencia en los hechos es clara, el liderazgo de gobierno representado en el ministro Lavin acomete con un tradicional trazado de cancha, trazado que no admite poner en entredicho los entornos y lógicas oficiales de dialogo y entendimiento. Por este motivo la movilizacion es vista como amenaza a la estabilidad, el dialogo con los organizadores y activistas como solo la antesala a conversaciones oficiales y el Congreso termina siendo el lugar indicado y deseable para traducir la pre discusión en deliberación y decisión.
Desde el lado del activismo y movilizados en general se produce una distancia funcional a esta lógica; ello se ve en tres ideas claves: primero, se valida en exceso la fuerza de la reacción manifiesta y se elude la necesidad de un discurso sistemático, incluso asumiendo una agenda de discusión flexible, con ello se desestima el aporte de la teoría política o en simple el aporte del pensamiento que permitiría plantear o comprender la realidad desde una nueva óptica. Segundo, se produce una inorgánica protesta que hace difícil trazar un puente con partidos políticos e instituciones. Ello como reacción también al intento de reformar las reglas de juego y el intento no menor de diferenciarse de la clase política asociada al problema y al status quo. Finalmente el desestimar la influencia de las ideas como vehiculador u orientador de la acción produce una mutua exclusión entre gobernantes y gobernados movilizados; se separan los entornos de deliberación, se crean agendas y peticiones en paralelo y ello repercute y ahonda un dialogo de sordos.
En ambos casos ese mutuo y adverso acostumbramiento no permite la adaptación y renovación del proceso de dialogo. El excesivo formalismo racionalista pierde la atención sobre la premura e importancia del acontecimiento y la concretitud y fe ciega en la acción por parte de quienes protestan solo afianza la miopía de proyecto que no ve mas allá de lo contingente. Si cabria precisar que en su mayoría, en este discurso aunque no sistemático, hay conciencia entre los movilizados, que la educación debiera ser tratada como política de estado y con visión a largo plazo.
Solo en la conjunción entre acción y pensamiento por un lado y sociedad civil movilizada, partidos políticos e instituciones gobernantes por otro, se puede dar el puente entre los procesos de reacción,expresión, discusión, dialogo, deliberación y decisión. Todo ello en un continuo inclusivo de personas y lugares que lo reflejen.
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