por Enrique Morales Mery
Hoy en día el activismo político en el plano del reconocimiento indígena y con ello la expresión de demandas, con fuerte continuidad respecto a las bases sociales que las generan, es una prueba adicional y concreta del nexo entre identidad y política. El supuesto puente cortado solo se puede concebir si naturalizamos la identidad, congelamos la cultura y defendemos una postura primordialista y estática. Muy por el contrario al buscar respuestas en la dinámica constructivista de la cultura, la identidad recoge su pasado y dialoga con su presente. Y en esa conversación se conjuga el componente cultural que da vida al circuito propio de la política, esto es una noción de cultura y política en constante complemento a través del ir y venir de los procesos formativos y transformativos que unen lo publico con lo privado.
Si todo lo anterior no se diese y la postura fuese esencialista y defensiva entonces los pueblos indígenas y las autoridades incurrirían, y ello se da en la practica, en un dialogo de sordos interesados en mantener la sordera y peor, interesados en desconocer las reales dimensiones de la realidad. Courtney Jung plantea en su obra The Moral Force of Indigenous Politics, que el nexo entre identidad y política es uno de carácter contingente y dependiente de la historia y la política. Con ello confirma la importancia, a la hora de configurar la identidad practica política, de la memoria histórica y de sus pecados y virtudes que condicionan el proceso político. Esto contribuye a empalmar con las demandas de la mas amplia sociedad, vehiculando una identidad lejana a un mero registro de museo o de curiosidad antropológica. Ello superando la noción individualista de la ciudadanía y las concomitantes irresponsabilidades sociales respecto de un pasado plasmado en el presente.
La asignatura pendiente sera que a la hora del diálogo y habiendo asumido la relación dinámica entre identidad y política, no se caiga en la defensa de cohesiones instrumentales o comunidades que conversan en bloque para desde esta nueva dinámica volver a naturalizar posiciones. La Democracia por tanto solo se puede concebir en diversidad y solo se puede construir en diálogo, aunque ello confirme el desacuerdo. Toda comunidad o toda identidad individual debiera permitirse la posibilidad de formar y transformar su rostro identitario y ello vía una política de mutuo reconocimiento. La condena por la aplicación de la Ley Antiterrorista sobre el pueblo mapuche esta fundada justamente en la necesaria concreción de una ciudadanía de mutuo respeto. No es admisible una ciudadanía de primera y segunda clase; la condena ademas sitúa el problema en el espacio publico y desnuda la estigmatización. Esta ultima es propia de contraculturas dominadas en tanto sus demandas y el trato a las mismas no son abordadas en un plano de igualdad política y cultural. Como resultado el activismo y la democracia que se posibilita, se transgreden tras nuevos espacios de visibilidad, dando paso con esto muchas veces a la violencia; si visualizamos lo anterior y sus bases de análisis, este paso puede tardar o jamas darse, toda vez que tomemos en serio el componente de unión entre identidad y política, entre cultura y Democracia.
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