Por
Luis R. Oro Tapia*
Un
veterano de la década de los `80 invitó a sus viejas
amistades a una fiesta para celebrar sus 45 años. Asistí.
En ella me encontré con un compañero de curso.
Recordamos los viejos tiempos. Recordamos 1986, año en el que
él fundó “El
club de los vengadores”, grupo
que tenía por finalidad ahogar las penas de amor. En 1987
fundó “El
club del lobo estepario”
y nos dedicamos a leer a Hermann Hesse. En 1988 fundó una
agrupación llamada “Los
dionisiacos”
y nos juntábamos a beber cerveza y hablar de política.
En 1989 fundó una cofradía que se autodenominó
“Los
veteranos del frente ruso”,
porque nos considerábamos sobrevivientes de las exigencias,
bastante altas por aquellos años, de la vida universitaria.
Con
la expresión “Frente Ruso” aludíamos a la situación
en la que se encuentran los soldados que tienen que combatir en las
condiciones más adversas: frío intenso, falta de comida
y escasez de municiones. Pese a ello la orden que reciben del Cuartel
General, no es retírese, ni siquiera es resista, sino que es,
por el contrario, ¡Avance!
En la conversación, comparamos a nuestra generación con la actual. A mediados de la semana pasada recibí un correo suyo, que es el epílogo de ella, y que transcribo en seguida, previa autorización de él. Dice así:
“El
tren de la historia nos dejó abajo. Somos una generación
perdida. A nuestra generación siempre le tocó bailar
con la fea. Siempre nos tocaron las cargas y nunca los beneficios. A
los diferentes booms,
de
los últimos cuarenta años, siempre llegamos demasiado
tarde o demasiado temprano. Nunca estuvimos en el lugar indicado ni
en la hora precisa. Cuando comenzaba la fiesta para los demás,
nosotros no estábamos invitados al festín, porque nos
faltaba edad o porque estábamos pasados en años.
No tenemos nostalgias del pasado, porque no tenemos nada que añorar. No tenemos paraíso perdido ni cielo prometido. Nacimos en un sitio eriazo, vivimos a la intemperie y moriremos en el desierto.
No
somos el jamón del sándwich, somos el ripio de la
máquina chancadora. Dos rodillos nos trituraron: el de la
Dictadura y el de la Concertación. Unos apoyaron a la
Dictadura y fueron utilizados por ella. Otros creyeron en la
Concertación y fueron defraudados por ella. El desencanto nos
inundó. Por eso, aunque estemos inscritos en los registros
electorales no sufragamos, porque los políticos de izquierda y
derecha nos decepcionaron.
Esta
primavera me siento cansado. Mi voluntad de lucha está
bastante disminuida. Los años que he permanecido en El
Frente Ruso
me han desgastado enormemente. Estoy chato. Al igual que tú,
me he desvivido estudiando, trabajando y nadando contra la corriente,
pero aún no tengo nada en las manos. Esta es una guerra que
hay que dar día a día y que sabemos que nunca la vamos
a ganar, pero que no queremos ni podemos perder”, concluye mi amigo
Lot.
*
Profesor de teoría política. Autor del libro “Max
Weber: la política y los políticos. Una lectura desde
la periferia”,
RIL
Editores,
Santiago, 2010.
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