por Luis Oro T. www.caip.cl
Me
permito realizar algunas consideraciones sobre las objeciones que se
le han formulado a mi breve reflexión titulada “Diálogo
de sordos”. No
discrepo de ninguna de las críticas. Más aún:
Estoy de acuerdo con ellas. Conjeturo que la mayoría de ellas
no se deben a desacuerdos de fondo, sino que a una lectura apresurada
de mi escrito. O quizás no. Para disipar tal duda me permito
realizar algunas aclaraciones.
Primera
aclaración.
Mi reflexión es una generalización. Generalizar no es
lo mismo que totalizar. En las totalizaciones no tienen cabida las
excepciones. Una generalización implica una abstracción
y también excepciones y pretericiones. Por consiguiente, una
generalización nunca da cuenta de todos los retazos de la
“realidad”. Al respecto, me permito explicitar que en algunas
ocasiones soy partidario de un nominalismo atenuado y en otras del
conceptualismo. Ello, inmediatamente, le brinda al lector la
siguiente pista: soy renuente al racionalismo y al esencialismo
transmundano.
Segunda
aclaración.
No he dicho que todo
el movimiento social sea emotivo. Consigné que había
excepciones y que éstas eran notables
(no hay que descuidar la lectura de los paréntesis).
Tercera
aclaración.
Mi breve escrito es una reflexión sobre el movimiento social.
Por lo tanto, ella no tiene por objeto única y exclusivamente
a una parte de él, como lo es el movimiento estudiantil. De
hecho, en el texto se emplea una sola vez la palabra estudiantes
(una vez más: es importante leer los paréntesis).
Cuarta
aclaración.
No uso la palabra ideología en un sentido peyorativo; de
hecho, no la concibo como expresión de la falsa conciencia.
Entiendo las ideologías como cuerpos coherentes de ideas y
creencias, generalmente con afanes explicativos, predictivos y
prescriptivos, que cumplen la función de orientar las
conductas políticas.
Quinta
aclaración.
El texto fue construido en torno a la polaridad pathos
versus razón
tecnocrática. Usé la expresión pathos
como sinónimo de temple anímico, de carácter, de
cierta emotividad que tiene arraigo en el tiempo, pese a lo volátil
que son las emociones.
Sexta
aclaración.
Mi reflexión era una crítica (con ribetes de protesta)
a la tecnocracia, pero también es un intento de poner en duda
(implícitamente) lo absurdo que resulta, a fin de cuentas, el
calificar la actual administración como un gobierno de
técnicos. Esto último me obliga a explicitar cómo
subentiendo a la técnica y tendré que hacerlo de manera
amplia, porque constituye la parte medular de mi reflexión.
La
técnica, hasta hace un par de décadas atrás, era
siempre un medio. Pero en nuestra época (la del pensar
calculante) se ha vuelto un fin en sí misma y en algo
omnipresente. Usaré la célebre distinción
escolástica de las cuatro
causas, para darme a
entender, puesto que contribuye a aclarar bastante el planteamiento
del problema. Voy directo al grano: en la era del pensar calculante
la técnica ha devenido en causa
final (insólito,
pero empíricamente verificable al constatar, por ejemplo, el
fenómeno de la moda). La técnica del maquinista
equivale a la causa
material (concepción
predominante de la técnica en el siglo diecinueve). La técnica
concebida como una manera de enfocar las “cosas” o encuadrar los
problemas equivale a la causa
formal (vgr: la
técnica jurídica, del economista, del burócrata,
etcétera). Y la técnica concebida como un medio que
facilita la consecución de ciertos fines equivale a la causa
eficiente (que es la
acepción más corriente de la técnica, pero la
menos radical y la más inocua).
Por
cierto, en la era del pensar calculante la técnica ha
extendido sus dominios a casi todos los ámbitos del quehacer
humano. Así, un número creciente de ámbitos son
sometidos al imperio del torniquete utilitarista que se expresa en el
cálculo de costos y beneficios.
Dicho esto, reconozco que mi
breve reflexión es una protesta contra la tecnocracia y
también reconozco que tiene algo de rebelión romántica.
Más aún: estoy dispuesto a admitir que bien podría
ser catalogada de berrinche pueril, en cuanto, finalmente, termina
reduciéndose a sí misma al absurdo. En seguida
explicaré por qué.
La
técnica es inherente al mundo moderno, nosotros no podemos ser
lo que somos sin la técnica. Ella es como nuestra propia
sombra: no podemos saltar fuera de ella; no podemos ser los que somos
sin ella. Si prescindimos de ella dejaríamos de existir. Es
más, sin su mediación muchos de nosotros ni siquiera
existiríamos.
Pese
a lo señalado, renegamos de la técnica. Pero,
paradójicamente, para que la crítica a ella sea
consistente y para que tenga validez, esgrimimos argumentos técnicos.
Así, la crítica a la técnica lejos de romper con
el paradigma tecnocrático, lo que hace finalmente es
acentuarlo y perfeccionarlo. En consecuencia, si se crítica la
técnica con el afán de prescindir de ella o de
superarla, la crítica no sólo es infructífera,
además, es absurda.
Me
explico. Es infructífera, porque la crítica a la
técnica no nos libera de ella, sino que, por el contrario, al
criticarla más nos consustanciamos con ella, en cuanto es una
crítica que tiende, paradójicamente, a perfeccionarla.
Y es absurda, porque si nos rebelamos de manera radical contra ella
nos destruimos a nosotros mismos. En conclusión, la técnica
es nuestro Dharma y nuestro Karma.
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