7 de septiembre de 2011

Bajo las apariencias. Aclaraciones y precisiones.


por Luis Oro T.  www.caip.cl


Me permito realizar algunas consideraciones sobre las objeciones que se le han formulado a mi breve reflexión titulada “Diálogo de sordos”. No discrepo de ninguna de las críticas. Más aún: Estoy de acuerdo con ellas. Conjeturo que la mayoría de ellas no se deben a desacuerdos de fondo, sino que a una lectura apresurada de mi escrito. O quizás no. Para disipar tal duda me permito realizar algunas aclaraciones.

Primera aclaración. Mi reflexión es una generalización. Generalizar no es lo mismo que totalizar. En las totalizaciones no tienen cabida las excepciones. Una generalización implica una abstracción y también excepciones y pretericiones. Por consiguiente, una generalización nunca da cuenta de todos los retazos de la “realidad”. Al respecto, me permito explicitar que en algunas ocasiones soy partidario de un nominalismo atenuado y en otras del conceptualismo. Ello, inmediatamente, le brinda al lector la siguiente pista: soy renuente al racionalismo y al esencialismo transmundano.

Segunda aclaración. No he dicho que todo el movimiento social sea emotivo. Consigné que había excepciones y que éstas eran notables (no hay que descuidar la lectura de los paréntesis).

Tercera aclaración. Mi breve escrito es una reflexión sobre el movimiento social. Por lo tanto, ella no tiene por objeto única y exclusivamente a una parte de él, como lo es el movimiento estudiantil. De hecho, en el texto se emplea una sola vez la palabra estudiantes (una vez más: es importante leer los paréntesis).

Cuarta aclaración. No uso la palabra ideología en un sentido peyorativo; de hecho, no la concibo como expresión de la falsa conciencia. Entiendo las ideologías como cuerpos coherentes de ideas y creencias, generalmente con afanes explicativos, predictivos y prescriptivos, que cumplen la función de orientar las conductas políticas.

Quinta aclaración. El texto fue construido en torno a la polaridad pathos versus razón tecnocrática. Usé la expresión pathos como sinónimo de temple anímico, de carácter, de cierta emotividad que tiene arraigo en el tiempo, pese a lo volátil que son las emociones.

Sexta aclaración. Mi reflexión era una crítica (con ribetes de protesta) a la tecnocracia, pero también es un intento de poner en duda (implícitamente) lo absurdo que resulta, a fin de cuentas, el calificar la actual administración como un gobierno de técnicos. Esto último me obliga a explicitar cómo subentiendo a la técnica y tendré que hacerlo de manera amplia, porque constituye la parte medular de mi reflexión.

La técnica, hasta hace un par de décadas atrás, era siempre un medio. Pero en nuestra época (la del pensar calculante) se ha vuelto un fin en sí misma y en algo omnipresente. Usaré la célebre distinción escolástica de las cuatro causas, para darme a entender, puesto que contribuye a aclarar bastante el planteamiento del problema. Voy directo al grano: en la era del pensar calculante la técnica ha devenido en causa final (insólito, pero empíricamente verificable al constatar, por ejemplo, el fenómeno de la moda). La técnica del maquinista equivale a la causa material (concepción predominante de la técnica en el siglo diecinueve). La técnica concebida como una manera de enfocar las “cosas” o encuadrar los problemas equivale a la causa formal (vgr: la técnica jurídica, del economista, del burócrata, etcétera). Y la técnica concebida como un medio que facilita la consecución de ciertos fines equivale a la causa eficiente (que es la acepción más corriente de la técnica, pero la menos radical y la más inocua).

Por cierto, en la era del pensar calculante la técnica ha extendido sus dominios a casi todos los ámbitos del quehacer humano. Así, un número creciente de ámbitos son sometidos al imperio del torniquete utilitarista que se expresa en el cálculo de costos y beneficios.

Dicho esto, reconozco que mi breve reflexión es una protesta contra la tecnocracia y también reconozco que tiene algo de rebelión romántica. Más aún: estoy dispuesto a admitir que bien podría ser catalogada de berrinche pueril, en cuanto, finalmente, termina reduciéndose a sí misma al absurdo. En seguida explicaré por qué.

La técnica es inherente al mundo moderno, nosotros no podemos ser lo que somos sin la técnica. Ella es como nuestra propia sombra: no podemos saltar fuera de ella; no podemos ser los que somos sin ella. Si prescindimos de ella dejaríamos de existir. Es más, sin su mediación muchos de nosotros ni siquiera existiríamos.

Pese a lo señalado, renegamos de la técnica. Pero, paradójicamente, para que la crítica a ella sea consistente y para que tenga validez, esgrimimos argumentos técnicos. Así, la crítica a la técnica lejos de romper con el paradigma tecnocrático, lo que hace finalmente es acentuarlo y perfeccionarlo. En consecuencia, si se crítica la técnica con el afán de prescindir de ella o de superarla, la crítica no sólo es infructífera, además, es absurda.

Me explico. Es infructífera, porque la crítica a la técnica no nos libera de ella, sino que, por el contrario, al criticarla más nos consustanciamos con ella, en cuanto es una crítica que tiende, paradójicamente, a perfeccionarla. Y es absurda, porque si nos rebelamos de manera radical contra ella nos destruimos a nosotros mismos. En conclusión, la técnica es nuestro Dharma y nuestro Karma.

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