9 de septiembre de 2011

Catástrofes y sentimientos de Comunidad.



por Raúl Elgueta.
IDEA - USACH
Doctor en Ciencia Política y Sociólgo.

Recientemente nos hemos visto estremecidos por el accidente aéreo de 21 compatriotas. Se trata de una catástrofe que evidencia la fragilidad de nuestra condición humana, se trata de la única certeza que eludimos, la de que algún día nos moriremos. Frente a estas muertes trágicas emerge nuevamente nuestro sentimiento de solidaridad, entendida como fuente de cohesión social y base de una noción de Comunidad. Al parecer las catástrofes han forjado nuestra naturaleza como país, forman parte de nuestra esquiva identidad social. La tragedia nos conecta con los otros, con nuestros contemporáneos y predecesores.

A diferencia de lo que ocurre en otros casos la amenaza no proviene de otros, no es externa. Acá la matriz de nuestra identidad e identificación no se fundamenta tampoco en alguna especie de enemigo que encarna los males sociales. A diferencia de lo que pensaba el viejo Hobbes “el hombre no parece ser el lobo del hombre”. La amenaza no son los otros, ni el enemigo interno ni el enemigo externo.

La catástrofe natural en una lectura bíblica podría inspirarse en el modelo del castigo divino, una especie de pago por los pecados sociales. Sin embargo, la furia divina por nuestra insolencia tampoco parece formar parte del sentido que le damos a estas tragedias comunes. Entonces, “ni castigo, ni guerra” están en nuestro sentimiento de padecimiento común. Entonces, ¿qué inspira nuestros sentimientos de comunidad?, ¿qué inspira nuestra identidad?

En primer lugar, la catástrofe nos iguala. Lo que no ha logrado ni el mercado ni el estado, lo que no hemos logrado ni como consumidores ni como ciudadanos, parece que lo logra la tragedia común. Se inspira en un simple razonamiento: “podría haberme pasado a mí”, la naturaleza no hace distinciones ni de clase, ni de talento.

Sin embargo, lo positivo de la igualación tiene su reverso, lo episódico. Los terremotos son cada diez años. El sentimiento de padecimiento común dura lo que dura el dolor. Para enfrentar dicho dolor recurrimos a lo litúrgico, a lo simbólico, dura lo que duran las velas en apagarse. Después un silencio que se rompe con la próxima tragedia. Entre medio quedan cicatrices, cicatrices individuales que se llevan como invisibles testimonios de tragedias comunes.

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