10 de septiembre de 2011

Una mirada hacia nuestro 11 de Septiembre.

por Enrique Morales Mery


Hay algo que estremece tras renunciar al diálogo, es algo que nos deja perplejos... no es la hora del sinceramiento, no es el momento de la expresión de la diferencia y menos el instante para asumir el carácter adversarial de la sociedad; en la renuncia al diálogo esta inscrita una sensación profunda de miedo y no precisamente similar a una aterradora angustia. Es un miedo con todo lo que ello significa, es miedo conteniendo una parcial verdad, es miedo con disciplina interna, es miedo con fuerza de haber sido previamente pensado. En ello habita el enemigo, habita la estrategia, el entrenamiento, la fuerza organizada y todos aquellos motivos que racionalizados buscan justificar la amenaza.

Nuestro 11 de Septiembre de 1973 se instala en nuestra historia confirmando el fracaso de la deliberación, esta es aplastada por la imposición de las ideas, por la jerarquización de la realidad, por la ideologización ciega e irracional. Fue la hora de la violencia desnuda, de la concreción de propios y ajenos miedos... del aterrador miedo de quien agrede, también de la perplejidad, con sus propios miedos, de quien recibe la agresión. Hoy hay quienes solo atinan a reconstruir esto de forma descriptiva, quienes alegan que por no haberlo vivido deberíamos guardarnos nuestra opinión o que por haberlo vivido no podemos predicar el error.

Personalmente no viví el momento pero aquello no me inhabilita para abrir la caja de herramientas de los valores, principios y teorías que nos permiten mirar los momentos mas allá de la experiencia directa, valiosa pero atrapada por las circunstancias. La mirada panorámica y en retrospectiva también educa respecto a los hechos y posibilita mirarlos con la intención de un pensamiento critico. Todo eso es crucial, también lo es desde la particularidad, quienes lo vivieron deberán recoger esa emoción directa y enfrentar el futuro con la responsabilidad de no retroceder. 

Cuando la sociedad se silencia y nos habitan los miedos, aquellos propios de cada vereda, estamos ante la desconfianza y a partir de ella lo común se deshace. La responsabilidad será el no vernos como enemigos, el no recrear la idea de amenaza y por sobretodo bajar los niveles de violencia, canalizándolos y apaciguándolos  por medio del diálogo; esto sin la presión del consenso por el consenso pero sin la presión de la desconfianza y el animo de silenciar, menos a costa de la propia vida y de la de quienes nos acompañan en esta aventura con destino común... 


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