por Enrique Morales Mery
La tragedia aérea ocurrida en el archipiélago Juan Fernandez nos ha remecido, nos ha hecho pensar en la muerte, algo que por lo demás hacemos con cierta frecuencia, tema que se asoma de la mano de nuestros mas cercanos o lejanos; pero este pensar y sentir es distinto cuando asume el rostro de personas colectivamente queridas o que incluso nos parecían carentes de dolor físico o corporeidad, que eran vistos como "personajes" y no expuestos a esto tan concreto e inevitable. Se escucha decir que esta muerte tan súbita les ha ahorrado sufrimiento, que por tanto la intensidad y dimensión de la muerte ha sido distinta, menos dolorosa, mas propia de un hecho inesperado y con una celeridad sin espacio para el dolor.
La tragedia aérea ocurrida en el archipiélago Juan Fernandez nos ha remecido, nos ha hecho pensar en la muerte, algo que por lo demás hacemos con cierta frecuencia, tema que se asoma de la mano de nuestros mas cercanos o lejanos; pero este pensar y sentir es distinto cuando asume el rostro de personas colectivamente queridas o que incluso nos parecían carentes de dolor físico o corporeidad, que eran vistos como "personajes" y no expuestos a esto tan concreto e inevitable. Se escucha decir que esta muerte tan súbita les ha ahorrado sufrimiento, que por tanto la intensidad y dimensión de la muerte ha sido distinta, menos dolorosa, mas propia de un hecho inesperado y con una celeridad sin espacio para el dolor.
Algo de eso es muy cierto, el dolor físico ha sido atenuado, es esa muerte instantánea la que nos trae calma. Desde hace ya un tiempo he reflexionado sobre estos temas. En 2003 tuve un cáncer muscular muy doloroso, dos tumores en corto tiempo me debilitaron... ese capitulo de mi vida fue superado pero me quedé con una lección al tener tan cerca la muerte. El dolor físico es una cosa y el sufrimiento es otra cuestión muy distinta, lo primero se puede paliar, lo sufre el cuerpo y hay variedad de formas para encontrar alivio; el sufrimiento tiene otras raíces mas profundas, sentidos de mayor alcance, reside en las personas. La amenaza de no poder ver crecer a mis hijos, de no seguir gozando la vida, de sentir que aun quedaban cosas pendientes para dar y recibir, eso constituía un sufrimiento. Eso cobraba un significado brutal ante la muerte, ese todo daba fuerza al sufrimiento de la enfermedad.
Dicho lo anterior vuelvo a la tragedia aérea y me reconforta pensar que ese vuelo y su profundo sentido de solidaridad, de continuidad coherente en la ayuda y el desprendimiento de quienes iban en ese avión diluye los dolores, derrota las amenazas y liquida la existencia de cualquier sufrimiento... esos momentos cobran sentido y la vida de ellos en la muerte solo encuentra transformación. No hay sufrimiento, queda un hermoso legado mas allá de los cuerpos, que aunque con tristes registros visibles, fueron el habitat de algo mayor, fuente de una dimensión que debiera ser rescatada con vida y esto es el profundo sentido que ellos le dieron a sus vidas. Ese es un rescate que nos compromete...
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